Se nos fue la guerrera.
Hasta el último minuto peleando por justicia. Se nos fue del mismo modo que Adriana, que Cachito. Haciendo de la humildad y el compromiso un gesto cotidiano, un ejemplo de vida.
Quienes regresaron del infierno, saben el secreto de la vida y de la muerte. Pero tipas como Nilda Eloy, saben también el misterio de hacer del dolor un motor para no bajar los brazos, para no detenerse, para pensarse en colectivo y andar con todxs, con la memoria en las dos manos.
Extrañar a Nilda, ahora, es seguir entonces caminando, sin darle permiso a la desesperanza. Seguir buscando a Julio. Seguir exigiendo justicia para Santiago. Seguir nombrando a los y a las 30.000. Seguir dibujando sonrisas tan maravillosas como la de ella en nuestro horizonte inmediato.
Duele una inmensidad su partida. Pero haberla conocido y querido es parte de nuestro ADN, de nuestro compromiso en las revoluciones que faltan. Duele y obliga.
Hasta la justicia, compañera.
Hasta la victoria, Nilda querida, siempre.
Por Claudia Korol
