Postal represiva

Foto: Mafita Espejo
Foto: Mafita Espejo

 Por Lucrecia Fernández

Cae la tarde en Córdoba, está poniéndose fresco y esa primavera desorientada en pleno julio nos abandonaba. La esquina elegida ya estaba “protegida», ni habíamos llegado y la presencia policial nos sextuplicaba, claro, éramos dos, que por el paro de colectivos, llegamos como pudimos y eso implico que fuera media hora antes…

He participado en muchos cortes en los barrios, siempre son chiquitos, de muchos niños y mujeres, banderas, unas gomas, carteles, nunca vi tanta yuta, 12 efectivos, algunos con buena pinta de jefes, dos móviles, 4 motos, dos policías de civil -uno de los cuales nos custodio toda la movida-.

Despacio, muy despacio, entre el frio y el paro de colectivos, pero más por lo apabullante de la presencia policial, se fueron acercando familiares y amigos de la víctima, asesinada solo unos días atrás, por un comisario que sin mediar palabra le efectuó dos disparos.

Los niños, las madres, las primas, los amigos, iban bajando de un rastrojero con los bombos “para hacer ruido” y banderas, minutos más tarde llegaba un carro cartonero con las gomas para el corte, los niños correteaban y sin mediar ninguna directiva canturreaban alrededor “vecino, vecina, la yuta te asesina”. Mire extrañada, y las mamas nos contaron: “lo cantan en casa también, de las marchas de los familiares”. Claro porque acá son todas caritas familiares, nos hemos visto más de una vez en la calle, ellos acompañando a otras víctimas, hoy siendo acompañados ellos, “pensas que no te va a pasar, pero te pasa”, palabras que se escuchan cada vez más en cada conflicto social que nos rodea.

“Vecino vecina, la yuta te asesina”, ya no va más el arroz con leche pensaba, no solo les quitamos la infancia por el Facebook, los celulares, la tele, los video juegos, también les quitamos la inocencia de creer en el mundo. Ese instante fue revelador.

Hace un tiempo dimos una charla en la facultad de filosofía, un espacio donde el común denominador esta lejos del pibe de barrio. Un alumno, politizado, formado intelectualmente, como tantos otros alli, cuestiono al panel esa “manía de escribir en las paredes «muerte a la yuta» ”, muy educadamente se le contesto que es muy fácil cuestionar eso,  sentado desde un pupitre en la universidad. En la calle y en el barrio la realidad es que los pibes, los niños y niñas, los jóvenes, y casi todos han perdido a alguien en manos de esa misma yuta, así impunemente. “Como a un perro lo mataron”, así sienten, así los miran.

Y en el medio un silencio que avala.

Da mucha tristeza sentir, sospechar, que hay un aval social, una licencia para matar al pobre, al morocho, al de la villa, al que esta privado de su libertad, al que sale a trabajar con frío y lluvia, al que sale a la obra a las cinco de la mañana, al que tira el caballo para cartonear, o el que, sí, sale a chorear, porque es un excluido social, y no conoce otra cosa, o no ve otra salida en este mundo miserable que lo excluye día a día.

Da mucha tristeza pensar que hay aval social, que hay silencio, que hay estigma, y que la vida de algunos -de muchos-, para otros, para el sistema, para el estado, no vale nada.

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